Diseñar el gesto de las primeras líneas que compondrán un dibujo es la tarea más difícil; empezar implica cierta concentración, dar coordenadas al cuerpo para que sea capaz de proyectar un movimiento que se corresponde con un fantasma. Después el juego se torna polifónico y colaborativo con el contexto en el que se sitúa quien lo ejecuta. Entiendo que dibujar es en gran medida una actividad performática. A veces comienza con el cuerpo completo y se trabaja de la cintura, en otras ocasiones los movimientos parten de los hombros o si es un dibujo pequeño solo desde el codo o la muñeca. Dentro del dispositivo conformado a partir de tales dinámicas, el movimiento del cuerpo es en sí una forma de generar ideas. El dibujo como espacio de acción se articula dentro de mi obra como matriz y laboratorio. Se trata de una instancia efímera, móvil y experimental, desde la cual me permito resolver y ensamblar sin restricciones. También, con el tiempo lo he adoptado como actividad esencialmente nómade, como ensayo constante desde el que rebusco, reviso, interpelo y repienso continuamente. Siempre encuentro otro modo de organizar los trazos, de modificar colores, formatos y materiales. Los resultantes van migrando y devienen en conjuntos de piezas, textos e ideas que cobran autonomía bajo diferentes denominaciones.